Cierta vez escuchó que cuando el Sol y la Luna comparten el cielo suceden cosas bonitas. Lo escuchó y lo creyó, mas días atrás pudo comprobarlo.Era una tarde de esas, estaba sentada en una de las galerías de la casa con lo pies sobre el pasto y un tesoro en sus manos. Lo observaba jugar con sus amigos imaginarios cuando se distrajo por un instante. ¿Cuántos segundos? Pues los suficientes para que se acercara a ella con toda su inocencia y le dijera:
-¡Mirá tía! Ahí está el abuelo Nicola de mamá- mientras señalaba la Luna como quien intenta alcanzarla.
Elevó su mirada bajo el embrujo de aquella inocencia y empezaron a conversar sobre esas cosas que los niños desconocen y que los grandes visten de fantasía para que puedan comprenderlas. Estaba tan ansioso y contento por haberlo descubierto que se dispuso a correr uno de los sillones de madera para subirse y “saludarlo de cerca”.
La ternura se propagó por el aire al tiempo que borraba la complejidad de la semana. Volvió a distraerse al ver el tesoro que resguardaba con su mano. Era una flor blanca, tan blanca como minúscula, que él había recogido para su mamá.
-Tomá tía, cuidamelá mientras yo juego- le había pedido.
Y esa imagen donde su mano se veía tan grande en comparación, le recordó que ella también solía recoger flores silvestres.
Recordó que aquello se lo había enseñado un ángel que, un 12 de Octubre de 1997, la miró con el Adiós en los ojos y viajó a la Luna. Por qué no creerlo si él, que nunca te conoció, te descubrió esa tarde mirándonos desde allí.
¿Sabes Glühwürmchen? Cuando el Sol y la Luna comparten el cielo, suceden cosas bonitas.