Se sentó junto al aljibe y apoyó su espalda buscando un abrazo al borde del abismo. El ausente remanso le convidó la noche desierta, entonces colocó sus manos en los bolsillos como quien busca recuerdos.
Uno a uno fueron saliendo: miradas ajenas hacia ojos ajenos; caricias ajenas sobre cuerpos ajenos; latidos de corazones ajenos; vanidades ajenas en espejos ajenos, y continuó sacando: versos ajenos para oídos ajenos; sonrisas ajenas; besos ajenos para mejillas también ajenas...
Y hurgó y los extrajo uno a uno, hasta vaciar su alma y lloró.
Lloró con lágrimas propias, por dolores propios, de soledades propias y heridas también propias, por armas propias... y ajenas.
Y sangró su alma hasta agotar su sangre y extinguir su vida como quien apaga la luz... cuando quiere dormir.
Uno a uno fueron saliendo: miradas ajenas hacia ojos ajenos; caricias ajenas sobre cuerpos ajenos; latidos de corazones ajenos; vanidades ajenas en espejos ajenos, y continuó sacando: versos ajenos para oídos ajenos; sonrisas ajenas; besos ajenos para mejillas también ajenas...
Y hurgó y los extrajo uno a uno, hasta vaciar su alma y lloró.
Lloró con lágrimas propias, por dolores propios, de soledades propias y heridas también propias, por armas propias... y ajenas.
Y sangró su alma hasta agotar su sangre y extinguir su vida como quien apaga la luz... cuando quiere dormir.